martes, 26 de enero de 2010

Despotismo socialista

Muere un estudiante en una de las manifestaciones realizadas a lo largo de la jornada en diversos teritorios españoles en protesta por el cierre de la emisora Intereconomía. Los hechos, acaecidos en Valencia, se sucedieron aproximadamente a las 13:00 del mediodía, cuando un grupo de manifestantes reunidos en la plaza de la Virgen comenzó a producir altercados y acciones violentas en los alrededores, provocando, al lanzar utensilios o sillas de terrazas cercanas, a los policias que cercaban la calle que conecta la plaza con el Palacio de la Generalitat.

La policía reaccionó inmediatamente con fuertes medidas de seguridad, enviando un grupo de antisiturbios y lanzando gas lacrimogeno para disolver a la masa reunida. En el fragor de lo que resultó ser una salvaje batalla campal un estudiante de derecho, según sus amigos cercanos, no implicado en los altercados violentos, sufrió un golpe mortal en el cráneo cuya causa real aún se desconoce.

Algunos presentes indican que cierto grupo en apoyo de Zapatero se introdujo en la protesta y atacó a diversos manifestantes que exhibían pancartas en defensa de la emisora de forma pacífica. Es probable que esta circustancia desencadenase los disturbios que convirtieron una queja multitudinaria pacífica a la acción gubrnamental en un desastroso combate entre anti-disturbios y estudiantes encapuchados que se saldó con más de veinte detenciones, tres policias heridos con levedad y una muerte.

La manifestación se convocó por varios grupos de estudiantes universitarios y asociaciones de ideología liberal de carácter no político. El principal motivo de la misma era el rechazo absoluto a la decisión del gobierno central de cerrar la emisora Intereconomía por incumplir la normativa que obliga a esta a emitir los comunicados oficiales del presidente Rodríguez Zapatero.

La emisora, que en años anteriores sufrió también problemas por sus duras críticas al gobierno socialista, cesó sus emisiones en abierto y comenzó a funcionar únicamente como cadena de pago. Debido a esta circustancia, la cadena, tras ofrecer emisión a otros países europeos, consideró que debido a su carácter internacional no debía cumplir la mentada normativa de orden nacional que prohibe la retransmisión de más de dos horas seguidas de Gran Hermano e impone la emisión del himno nacional a las 12 y a las 6. Sin embargo, el gobierno entendió que, debido a que la mayor parte de la programación de la emisora es nacional esta debe supeditarse a las normativas del gobierno, por lo que se obligó a las empresas operadoras de cable a que cortasen la emisión de la emisora Intereconomía por incumplir la ley.

Esta sería le primera cadena que sufre lo que muchos han considerado un ataque total a la libertad de expresión y la diversidad ideológica, pero es probable que no sea la última, pues otras emisoras como Veo Tv y...bla bla bla



Parece inimaginable aquí, otros problemas tenemos, pero he intentado traducir a nuestro contexto(algo intraducible) lo que ocurre en otro país democrático, Venezuela.

No creo desestimables las falsedades de los medios de comunicación y las desinformación general respecto a Venezuela, la caricaturización continua del presidente venezolano(algo en lo que el hombre colabora bastante), las calumnias y los interesés que en su derrocamiento tienen grupos capitalistas oligárquicos y entidades económicas internacionales. Sin embargo, no creo que sea consistente, lógico, o legítimo que el defensor chavista(y estoy hablando ahora de un cualquiera español que por ejemplo haya firmado en el foro del diario Público en defensa del muy denostado Chávez) tolere los continuos mensajes doctrinarios del presidente en su propio progama televisivo y, sin embargo, saque la cacerola al balcón cuando aquí el rey dice cuatro tonterias en Navidad, o que critique el interés hipócrita que se esconde en la amistad que los países occidentales mantiene con personajes como Muamar Gadafi, asesinos dictadores viles, y sin embargo se alegre de que Chávez tenga unas buenas relaciones anti-imperialistas con el presidente iraní,líder de una nación en la que la homosexualidad se paga con la vida (me pregunto qué tiene de anti-imperalista el islam o prácticamente cualquier religión monoteísta cuya máxima es evangelizar).

La misma mierda que abunda en un lado de la balanza es igualada por el lado opuesto, y ante el que quizá pretenda ser algo crítico, o prudente, al final la cuestión queda reducida a que dependiendo del bando deteminados medios se justifican por sus fines. Para alcanzar la preciosa utopía comunista tenemos que convertirnos en guerrilleros como Guevara o en dictadores como Castro o Estalin, cuando las guerrillas y dictaduras derechistas, si nos situamos en este bando de la izquierda en blanco y negro(de la que no se desligan los acérrimos comunistas actuales), son consideradas de modo maniqueísta, auténticos productos de Satanás. Es estúpido acabar con la opresión a través de la opresión, es idiota radicalizar, inconsciente, y ante todo, es necio no ver las carencias de uno y señalar las mismas en el ser ajeno. Entiendo esta fe y pasión en contextos pasados, la idea de que el fin justifica los medios, la necesidad de luchar con entrega en el sentido más crudo de la palabra, pero en democracia, esto es, precisamente, contradecir al socialismo, desandar el camino.

El fervor anti-yanki, y el ímpetu de los ideales socialistas,que de determinada manera yo comparto, ciegan a una masa que critica la opresión de un sistema, realmente manejado y controlado por unos pocos, pero en el que hasta un don nadie como yo puede gritar su opinión e intentar convencer a la gente de que se tienen los medios para cambiarlo(el éxito será nulo), y permiten que esta masa, sin embargo, elogie la opresión de un gobierno socialista que predica la igualdad de derechos y oportunidades pero cierra las bocas que disienten coqueteando con el totalitarismo.

¿Cuando se utilizará en los libros de historia el término despotismo socialista? ¡Todo para el pueblo, pero sin el pueblo!





"“¿Es qué no quieres luchar contra la ocupación de tu país?”. Tenía ganas de decirles, que detrás del comunismo, del fascismo, de todas las ocupaciones e invasiones, se escondía un mal básico y general, para ella la imagen de ese mal es una manifestación de personas que marchan, levantan los brazos y gritan al unísono las mismas sílabas.
Pero sabía que no sería capaz de explicárselo. Perpleja, cambió el tema de la conversación.
"
La insoportable levedad del ser-Milán Kudnera.

lunes, 25 de enero de 2010

Oda al fracaso

Siempre había sido un hombre digno, honorable, entero. Es cierto que no todo funcionó tal y como pretendió, y quizá no pretendió todo lo que funcionó, pero en aquellos momentos de grandeza inesperada o en las etapas de miseria y fracaso, siempre, había sabido mostrarse a la altura, inexorable, imperturbable, estoico y caballeresco, pero también fiero como un león africano que tuesta su lomo al sol. “¿Mostrarse ante quién?” Preguntará el quisquilloso, el siempre presente grillo del remordimiento que hace cri cri y al que, como ante el detestado despertador, no puede uno darle la espalda. Contestemos con seguridad, como lo hace el inocente que es juzgado, el hombre pulcro. Siempre se mostró digno ante todo aquel que supiese admirar, interpretar y percibir la grandeza de los hombres. Ya no podía alardear con sutileza de sus tierras, como haría un respetable señor medieval y ya no exhibiría los cascos de sus enemigos muertos en batalla, pues los tiempos de crudeza y bestialidad quedaron atrás, los días de brutalidad sanguinolenta y de sana felicidad animal, pero siempre representaría el ideal del hombre civilizado.
Casado con una mujer de alta cuna, dejó como descendencia a tres varones tan brillantes como él, dispuestos a apoderarse con su buen hacer del mundo sin topar con problema o queja ninguna.
Su buena presencia, sus cuentas siempre limpias y pujantes, la elegancia, compañera inextirpable en sus conversaciones, en sus actos de presencia, simplemente, en su mirada, quizá, atractiva. Sus empresas, los comentarios en la prensa sobre su persona...todo, todo era envidiable, siempre viril, encomiable. Su inteligencia era superior a la media, sus elocuentes intervenciones, reconocidas y citadas en abundancia, siempre era consciente de qué se hablaba, y se defendía con comodidad, fuesen expertos especialistas en la materia tratada sus interlocutores o no. Sus escritos, exquisitos, alimento altamente estimado por la más feroz e insensible crítica. Su moral, la que todo ser humano quizá debiera apropiarse, la que se basa en la convicción y en el auto-perfeccionamiento.
Ya había perdido sus energía, se acercaba a los noventa años y su salud no podía mantenerse vigorosa. Se cernía la sombra de la muerte sobre él, y, lúcido aún, era consciente del poco tiempo que le quedaba, achacado continuamente por problemas respiratorios y subidas de tensión, en los que, y espero no resultar monótono, aún era capaz de mostrar su majestuosidad, como un anciano Sócrates bebiendo la cicuta.
Compró su ataúd, fabricado en una exquisita madera de secuoya, importada de California, ornamentado con florituras talladas en marfil y en cuya parte frontal resalta una placa de mármol cuyo relieve representa a Zeus, el famoso dios griego. Éxito, éxito, éxito, altura, nivel, dignidad. Como un personaje de una ideológica novela de Ayn Rand. Un caballero moderno, Un Médici, quizá un descendiente de Marco Aurelio, estoico, como dijimos, honorable.
Se acercó a su futura tumba, y ante el brillo de la barnizada madera del ataúd, vio reflejado su rostro, que pese a la distorsión de la luz, aún mantenía un aura de poder. Allí vio a un digno e infeliz fracasado.





Y es de pronto, al leer la última oración, cuando el lector verdaderamente siente interés por el personaje. Más bien, por la persona. Desde Ulises a Horacio Oliveira, nunca nos interesó el éxito ni la felicidad.

domingo, 24 de enero de 2010

Bésame, B.

Alzó su cuerpo de la cama y tramitó unos pequeños pasos, vagos y perezosos, hacia el alfeizar de la ventana. Allí, justo a una altura menor de unos aproximadamente veinte centímetros, situado a la derecha de la única brecha que iluminaba la estancia y demostraba la existencia de la vida más allá de un hortera papel de pared, se encontraba una empolvada mesa en la que, entre folios desordenados y relojes de bolsillo suizos, se encontraba un buen vaso de whisky ya servido. Tomó, sin mirarlo, captando intuitivamente su posición, aquel contenedor de relajante droga y sorbió suavemente la sustancia agria que acostumbraba a desayunar cuando visitaba esa vieja habitación para comprender.
Porque él quería comprender, y no había nada más estimulante que pagar las veinte libras que costaba aquel destartalado y mohoso cuartucho donde años atrás nació para comprender, enlazar, conectar y complementar todas las piezas que ensamblaban su lenta y poco sorpresiva vida. De este modo podía llegar al origen, real, de todo lo que acontecía y aconteció, asegurándose, en momentos de turbación, que partía desde donde debía partir, desde tierra firme, hacía el resto de conclusiones inferibles. Esta intranquilidad, curada siempre con una larga noche de reflexión en el lugar del que hablamos, solía surgir escasas veces, quizá una o dos cada tantos meses, cuando algo no funcionaba como el buen entendimiento certifica que debe funcionar.
Miró por la ventana largo rato, aspirando el aire fresco y embelesándose con los andares de las paseantes que alimentaban la vida de una amplia y sucia calle de las afueras. Sí, sus aptitudes y capacidades, pese a haber sido superiores a las de su contrincante, no habían sido suficiente para vencerle. Él supo manejar las cuentas de la fábrica con una atención casi religiosa, demostrando una habilidad magistral para el cálculo, la previsión y la eficiencia frente a un secretario del director poco dado al pensamiento profundo, algo torpe en sus movimientos intelectuales y verdaderamente menos cualificado para obtener el puesto de subdirector. Pero aquello por fin, ya no era motivo de disturbio mental, pues poseía su lógica. Si bien sus hazañas laborales superaban por mucho a las de su compañero en la fábrica, estas habían resultado pasar en gran medida desapercibidas por un director ante cuya presencia apenas habría estado un par de veces, por contra, su desdeñado compañero, resultó, como secretario, la mano derecha del director, alabando, como no, todas sus acciones, incluidas sus torpezas y sus malas elecciones, para conseguirse paulatinamente su simpatía. Y no quitemos importancia a la torpeza y las elecciones desafortunadas, pues son las que han permitido el descenso del beneficio durante este año, y también, el enemigo contra el que este reflexivo contable tuvo que lidiar con empeño, acompañando su firma siempre los informes más desalentadores.
Sin embargo, ya todo aquello resultaba indiferente, la rabia y el sentimiento de injusticia eran ya ilegítimos. Si bien lo ocurrido puede considerarse injusto, es natural, casi inevitable, sucedió porque las condiciones que lo preludiaron así lo determinaron, y si él no supo apreciar tales condiciones para evitarlas, formó parte de las mismas, y es tan culpable como la inepcia del director.
Podría dormir tranquilo, todo seguía su curso, todo mantenía el sentido. Si acaso no hubiese sido lo aquí expuesto el motivo de su no elección como director quizá existiese otra circunstancia que así lo dispusiese. Probablemente una atracción homosexual del director por su secretario, tal vez debido a las posibles acciones turbias del mismo obligándole a ello, o quizá incluso se debiera a un contexto religioso, posibles visiones alucinógenas de la divinidad que ordenaban la elección del secretario. Que más da, lo más importante es que se debía a que un A enlazaba con un B, y eso, eso le relajaba.
Miró a un caminante, supo que portaba un paraguas porque era capaz de predecir, por el aspecto del cielo e incluso quizá por el tipo de viento que azuza las veletas, que llovería durante aquella mañana. Bebió de nuevo su whisky, consciente de que aquel sabor era producto inevitable de determinado numero de años de destilación. Observó el edificio de enfrente y vislumbró la semilla, la premisa, los materiales extraídos de las colonias para decorar las cornisas y los alfeizares, los trabajadores de baja extracción social trabajando, los planos de un arquitecto que supo embellecer una obra sencilla...
De pronto los muros del cuarto comenzaron a derretirse, sus manos se hincharon, su piel se tornó grisácea y sintió un enorme dolor en la pierna izquierda, obteniendo, curiosamente, un gran placer, como el que proporcionaría un excelente masaje, en la pierna derecha. Aquello le desasosegó, ¿que significaba? Las paredes eran ya casi un puré de papel cantarín. Supuso que sería una pesadilla, o quizá una alucinación provocada por la falta de sueño y el abuso del whisky, en cualquier caso, siempre pudo ser una castigo divino provocado por su ambición laboral, o por su exceso celo en conocer.
Súbitamente comprendió que se estaba muriendo, su vida se esparcía por el aire, como las hojas de los árboles en otoño. Debía ser la cena, estaría intoxicada, quizá estaba sufriendo un ataque al corazón, probablemente el castigo de Dios llegaba su fin. ¿Por qué Dios querría castigar a alguien como él si otros muchos cometieron mayores pecados? ¿Quizá como con el caso del secretario ascendido, no supo ver las condiciones?Aquello no podría carecer absolutamente de sentido, ciertamente, Dios debe ser como un enorme e inmisericorde dado. El absurdo reina, A.

lunes, 18 de enero de 2010

No es tan horrible

No se está tan mal, no es tan horrible. He de reconocer que al comienzo, una vez pisada la árida tierra negra que impera en este lugar, me sobrecogí. No comprendí en un primer momento aquella extraña situación, claro que, tampoco dudo que aquello debía ser mero formalismo. Supongo que hasta el más viril y despreocupado compañero hubiese sentido la misma sensación de incertidumbre y pavor, como un no estar. Es difícil definirlo, supongo que ustedes lo habrán intentado imaginar con poco éxito, se trata de una emoción peculiar, el vacío, la desesperanza en su sentido más corporal, respirar el nihilismo. Debe asemejarse bastante a aquello que se siente cuando uno experimenta un profundo sueño, de los que se obtiene una sensación muy viva, en los que, pese a la confusión de las formas y lo onírico de la narración, uno no dudaría de su carácter certero, no pudiendo entenderlo como un mero engaño de una razón cansada de someterse a las rígidas normas impuestas por las leyes de la sensibilidad. En tales sueños, cuando llega el cruel momento del despertar, uno duda de su posición, y no acaba de atinar, hasta pasados unos instantes, si el sueño comienza o finaliza. Para mayor pesar del sujeto que despierta, generalmente, tras haber sido imbuido en situaciones que proporcionaron una mágica satisfacción a sus más íntimos deseos, topa con una realidad nada grata que resquebraja en pedazos sus vanas ilusiones, e inevitablemente, siente cierta ira momentánea dirigida hacia su propia mente, por atreverse esta, sin su permiso, a jugar así con sus interioridades.
Creo que no es necesario explayarse más con vagos paralelismos y ejemplificaciones estériles, lo que venía diciendo, es que este tipo de movimientos se producen en el interior de uno cuando se haya por primera vez en este asombroso entorno, tales movimientos de placas tectónicas son con los que uno debe lidiar en sus adentros durante los primeros instantes, mientras concibe y asimila su nueva realidad. Hablo, por supuesto, de la llegada primera al Hades, al inframundo, a la urbe sacra de los muertos, y, no lo duden, me refiero a este destino ya como nuevo hogar y no como lugar de paso, tal como lo cuentan viejas leyendas en las que héroes de la talla de Odiseo u Orfeo vagaron por estas infértiles tierras manteniendo su vida bien resguardada bajo el manto de su piel.
Pero uno pronto se adapta, al fin y al cabo, pese a haber dejado de ser un cuerpo vivo y capaz, uno parece mantener ciertas características anteriores, y entre ellas, sin duda, destaca la de la adaptabilidad. Todo depende en muchas ocasiones de las perspectiva adoptada, es tópico fácil el de proveer consejo instando a un nuevo modo de mirar lo que rodea al aconsejado para que este pueda alejarse de miedos y melancolías, pero por tonto que sea o manoseado que esté, ello no resta energía a su veracidad. Cuando uno llega a tierra extraña, siento su alma todavía en aquellas lindes que atrás dejó, y añora los aromas de su vida pasada, sin embargo, tarde o temprano, a excepción quizá de caracteres muy concretos cuya compleja personalidad de pose novelesca impide la realización de lo que ahora mismo estoy considerando como generalmente inevitable, el sentimiento de pertenencia al nuevo hogar y su valoración positiva, se materializan.
Sentado yo en la trémula barca del ujier del infierno, Caronte, acongojado por su seco silencio y la inexistencia de un posible calor que aproximase su inequívoco camino a nociones homólogas a las que yo tengo del sentido de la vida, contemplaba el río de aguas verdosas y putrefactas cuyas exhalaciones anegaban mis encogidos órganos respiratorios. Aquel desolador paisaje aniñaría al más valeroso de los hombres, pues si quizá la muerte ya no era motivo de desesperación, el ácido dolor corporal aún podía mutilar cualquier tipo de tranquilidad, y, no me era desconocidos los relatos desalentadores de viejos personajes condenados eternamente a castigos de los que ya nunca podrían librarse, arrastrando con interminable cansancio duras rocas o siendo devorados por unos, literalmente, insaciables cuervos.
Sin embargo, ante semejante panorama, surcando el Aqueronte, siendo testigo del horror y la podredumbre de aquel lugar, empequeñecido por la inmensidad de las rocas que finiquitaban el espacio circudante en la altitud y la inmensidad de los horizontes que a través de aquellas aguas se divisaban, conseguí, del modo más nimio posible, empatizar con el callado y silencioso Caronte. El pobre, el incomprendido Caronte.
Su trabajo estigmatizó su leyenda, dotándole de un aura, me atrevo a decir, odiada por él mismo. Pavor y estremecimiento provocaba en los grandes coroneles, luchadores y marinos, todos temblaban ante su posible presencia, pues avistarlo, tan sólo una cosa podía significar. Pero el desdichado Caronte no es más que un mero peón, él, férreo y recto como el hombre jamás podrá serlo, cumple el papel al que fue arrojado con divina indiferencia. Otros disfrutarían cumpliendo su función, acrecentando sus enraizadas ansias de poder y dominación, pero Caronte, está por encima de todo ello, sabido de la naturaleza profunda de hombre, conduce sus almas con coraje, acompañado por una sabia imperturbabilidad, ajeno a las desgracias de las que es cómplice, pues conoce la respuesta a tanta absurdidad, la necesidad.
Esto pretendía expresar anteriormente, No pude entablar una conversación con Caronte, pero creo que pude entenderle, pese a su esencia impenetrable. Y si pude hacer algo parecido con él, aunque tan sólo fuese en mi libre imaginación, superé con mayor ahínco mi timidez y recogimiento ante el resto de compañeros de pena, aquellos muertos que junto a mí vagaban por la brumosa oscuridad. Fui uno más entre ellos, quizá no pudiendo disfrutar de festines en su compañía, y ajenos a los placeres del juego o el amor debido a nuestra etérea existencia como podridos fiambres andantes, pero disfrutando, dentro de lo posible, de mis nuevas amistades, y enemistades, en mi nueva casa.
Juntos despreciábamos, no en ocasiones sin cierto temor a ser escuchados, a los obscenos dioses que con nuestros espíritus alimentaban su ocio, así como a aquellos indeseables que bajaron sus pantalones ante la presencia de estas divinidades para obtener su gracia y poder descansar eternamente en los campos elíseos, rodeados de lujos y facilidades, pero nos enorgullecíamos a la par de nuestra difícil existencia(o no existencia) entre horrendas dificultades, pues nos convertía en hombres dignos de respeto y henchidos de dignidad.
No es tan horrible, decía, encontrarse sosegado si uno acepta su lugar, aquello que es, y que no puede no ser. Quizá me fue sencillo encontrar la calma cuando pude rodearme de incuestionables amigos en los que apoyar mi existencia, pero aquello sólo fue un pequeño elemento más. Lo sabio, lo indubitable, es ser consciente de que hay cosas que son, y no nos es legítimo alterarlas, pues nos superan. Debemos, y espero que no se me malinterprete, postrarnos ante la fatalidad, y aceptando su incontestable peso sobre nosotros, podremos entonces alzarnos con la mayor majestuosidad imaginable en el reino de la posibilidad.

jueves, 14 de enero de 2010

Hilvanemos nuestro futuro con libertad, tal ambiguo concepto nos pertenece.

Y de pronto, tan abruptamente que casi sintió un estremecimiento recorriendo su espalda, descubrió su verdadero destino, aquello para lo que realmente estaba preparado, y a lo que no podría desatender, pues, las fuerzas sobrenaturales que acaso gobiernan los engranajes del mundo así lo dispusieron. Se dieron las circustancias, la suma de azares y cambios en la dirección del viento oportunos, o inoportunos, según sean los ojos que vislumbren tal esbozo, para que su cuerpo abriese un nuevo ciclo en su funcionamiento, constituido a partir del proceso histórico que el pasado, ya tan sólo viejos sedimentos adosados en los más turbios pliegues de su conciencia, había venido formulando. De este modo, el joven de adjetivación difícil, a cuya presencia resbalan los epítetos debido al temor de estas frías manos a errar en su definición, consideró que, tras haber respirado lo que respiró, tras haber palpado lo que palpó y tras haber soñado lo que no pudo jamás respirar y palpar, ya sólo podía entenderse en la completud de la existencia ajena, en el caso de que exista algo ajeno a nuestra mirada ególatra, de este nuevo modo que hasta ahora, nunca había sopesado. Ese era su camino, la vía sinuosa y movediza sobre la que sólo una buena construcción, producto de la técnica humana, sea esta física o metafísica, podría mantener el endeble y miserable cuerpo de la humanidad. El aroma fresco de la sal y el agua, el alzamiento del rostro ante la inmensidad azul que confunde lo etéreo con lo acuoso. ¡Sí! El mar era su destino, el vagar errante por los océanos, burlando a la muerte con picardía y desdén, como sólo un ignorante temerario o un anciano moribundo pueden hacerlo. Así alcanzaría la felicidad, ya que la observación del vacío y solitario mar durante largas horas de pasividad no respondería con el simple y tedioso silencio, sino que en él vería ahora reflejados su nuevo rostro y sus nuevos ropajes. Ahora comprendería su nombre y con arrogancía afirmaría sus epítetos correspondientes. Inserto en un relato, en una historia con sentido, asumiría su nuevo rol, y soportaría la vida amando la grandeza de sus penas y sus horrores, pues son sólo de su propiedad, el mar les da ahora su significado, y la soledad, por fin, obtiene su simetría en el cuadro.

No habrá negación de la materialidad, sólo lucha constante por la convicción y goce infinito en la satisfacción hedonista de cada mísero placer cuyo alarido considere inmoral no escuchar. Continuo viaje en el que la compañía es bien recibida, pero siempre con distanciamiento y reserva. No mató la curiosidad al gato, fue la confianza.
Será hombre nuevo, rehecho, alegre y vivaz, que no renuncia a sus miserias, que ansía conocer lo desconocido, engrandecer su espíritu con sus actos, fabricar sonrisas en fantásticas sirenas ataviadas con una límpida desnudez, y reír y cantar la canciones que cada tierra proponga, así como escuchar y aprender de sus mitologías y sabias historias.
Su tristeza será compañera de camarote, indipensable, instigadora, único acicate de la divagación y la ensoñación romántica que guiará sus pasos al trémulo universo de la navegación, pues sin ella, jamás existirá una Venus a la que cortejar, nunca un Moby Dick que capturar, en absoluto una Atlántida que descubrir.
No cabrán las quejas y las tribulaciones, cuando la sal escueza y el frío cale hasta los huesos, cuando la sangre sea ineludible y el agrio dolor físico acompañe al espiritual, nunca, a excepción de maldiciones y exabruptos catárticos, una sola expresión de dolor dibujarán sus labios, ni por asomo, se considerará el arrepentimiento. El empeño y la energía indomable del valor auto-impuesto mantendrán la compostura.
Será, por último, irremisiblemente, un viaje sin retorno, pues, largo tiempo transcurrió desde que perdió cualquier hogar al que poder regresar.


Por el momento sólo cabe esperar, pues el miedo aún es férreo, los lazos, poderosos, y la preparación, por no mentar el equipaje, ridiculamente escasa. Pero dadle tiempo, pues, sus sueños de redención y sentido concluirán, únicamente, en realidades abarcables...¡O en muerte!