lunes, 6 de septiembre de 2010

Canto a la contradicción humana, justificación de la desconfianza y defensa poco reflexionada del pragmatismo

La maldad humana, el pecado, o para no perdernos en terminología religiosa o de connotación excesivamente (dogmáticamente) moralista, la indiferencia o el placer humano hacía el dolor, sufrimiento o frustración ajenas, es omnipresente. Pocos pueden ya, dulcificados por una benigna inocencia, intuir una paz venidera para con el prójimo y defender así, como un probable y posible producto de la evolución humana, un estado de convivencia sosegado y ajeno al temor provocado por la capacidad humana de prevenirse ante el ataque de seres semejantes a él en su naturaleza. Por supuesto, los ancianos, los viejos de corazón, y ya los niños en el patio del colegio saben muy bien que la crueldad prima en cada mirada o palabra proyectada por sus congéneres. La maldad humana, y olvidemos ya el temor a incurrir en dogmas cuando toda opinión viene a serlo, está ya inscrita en nuestra rutina y en nuestro estilo de vida. La desconfianza es siempre un buen consejo, la hospitalidad con extraños, un riesgo. Las buenas palabras, las promesas y arrepentimientos, por muy bien acompañados que estén de ruegos y demás gesticulaciones hiperbólicas que pretendan dotar de mayor autoridad al testimonio dado, quedan únicamente en mera probabilidad para la esperanza, y no en ciencia exacta irreversible.

El daño provocado por el hombre hacía sí mismo, dado de generación en generación y remontado hasta el inicio de los tiempos deja ya en los espíritus la idea de que es innecesario nombrar la bondad como sustento de sus ideologías, proclamas u objetivos. El mal hacía uno ejercido es buen motivo para revertirlo contra los demás, importando en pocas ocasiones la relación causal. Y al final el mal es mero primogéntio del mal, que es sinónimo de hombre. ¿Como no entrecerrar los ojos ante quienes quieren ganarse nuestra confianza después de tanta batalla acaecida? ¿Como no odiar y ser odiado si la historia que hoy estudian los jóvenes no es otra historia más que de la codicia y ambición que aún hoy sustenta nuestra vida? ¿Como no desestimar los discursos de aquellos que tanto se parecen a nosotros cuando conocemos tan profundamente nuestra naturaleza, nuestro más verdadero ser?



Difícil la sintonía entre las pretensiones que la imaginación pretende convertir en realidad y la realidad del comportamiento humano motivado por pulsiones animales y pasiones heterodoxas. Quizá, como de costumbre, sea otra gran pasión humana, no el deber cumplimentado, ni la virtud bien entrenada, la que produzca otro gran paso de la humanidad, convirtiendo los deseos ingenuos de unos cuantos soñadores en la apacible existencia que unos muchos pocos experimentamos, construida esta, no sobre el utópico altruismo humano, sino, más bien, por su antónimo. Nadie es perfecto, si funciona, bienvenidas sean las serendipias, insociables sociabilidades o manos invisibles. Siempre, y sin ello no firmemos, con prudencia y ciencia.

1 comentario:

  1. "¿Como no entrecerrar los ojos ante quienes quieren ganarse nuestra confianza después de tanta batalla acaecida? ¿Como no odiar y ser odiado si la historia que hoy estudian los jóvenes no es otra historia más que de la codicia y ambición que aún hoy sustenta nuestra vida? ¿Como no desestimar los discursos de aquellos que tanto se parecen a nosotros cuando conocemos tan profundamente nuestra naturaleza, nuestro más verdadero ser?"

    No odiando, simplemente. Buscando una felicidad que no existe en el sufrimiento ajeno. El que odia tiene demasiado tiempo en que pensar mal empleado; la maldad (y esque no puedes arrebatarle su connotación moral), poco tiene que ver con los instintos o la imperfección.
    O esa es mi opinión, claro.

    C:

    ResponderEliminar