martes, 23 de marzo de 2010

En honor a la ingenuidad de seguir con serenidad al guía aunque debamos mirarlo con desconfianza

Abrió los ojos, no demasiado, para que no ciegue la luz, algo adormecido, indiferente. La respuesta fue veloz. Los cerró de nuevo con rapidez, para posteriormente volverlos a abrir, a modo de tanteo, como una pequeña prueba. Esta vez quedaron abiertos.

Multitudes abigarradas que gritan y se retuercen, situados unos sobre otros, apretando sus sucias pieles, arrancándose sus ropas. Desesperación y angustia en una asfixiante masa de cuerpos apiñados que parece moverse al unísono. Ciegos todos, se dejan arrastrar, pegados unos a otros, seguidos los necios de los más necios, en una interminable cadena de estupidez humana, como en el viejo cuadro de Brueghel. Aquí o allá algunos discuten, otros se alaban y se acarician la espalda. Todos esperan la llegada de un mesías, todos creen en algo, y superponen sus castillos invisibles unos sobre otros, sin darse cuenta, sin entender que ninguna de sus bases es de dura y resistente piedra, que no son más que aire que se esfuma. Todos citan frases inconexas y señalan con el dedo, arqueando las cejas con autosuficiencia, todos bailan del mismo modo escuchando distintas melodías, tarareando canciones diferentes. Pregúntales, ni uno contestará sin asegurar que sus palabras poseen la preciada virtud de la verdad, pues son tan ignorantes que desconocen la vacuidad de sus pensamientos, transformando sus infames utopías en pesadillas ajenas.

Cerró los ojos. Tan sólo pudo maldecir y amoldar su frustación en una inagotable queja, un murmullo como el que parece escucharse en las noches de otoño, cuando el viento sopla y las hojas de los árboles se rinden y huyen. Tan sólo pudo consolarse con su sofística verdad, la que promete que no hay verdad, y todo es nada, y la nada inunda todo, en un mundo en que estamos perdidos, culpándonos unos a otros de nuestra incapacidad.

Abre los ojos, sé pragmático, aunque conozcas la miseria de la percepción y la imposibilidad del acuerdo y la serenidad en una tierra hostil como esta, donde la misma estructura humana imposibilita lo soñado. Confía en tus mentiras, prudentemente, moderadamente. ¿No creía Ulises en Ítaca, en su fiel Penélope? Aunque Cavafis demostrase en su poema que aquella arena soñada no era más que un horizonte imaginado con el que sustentar los pasos a dar, viaja como él. Sólo navega cauto, el mar es peligroso y acechan numerosos enemigos, multitudes enardecidas, tan perdidas en la bruma como tú.





"El hecho de que la vida no tenga ningún sentido es una razón para vivir, la única en realidad."
Émile Cioran

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