sábado, 5 de diciembre de 2009

"Yo sólo amo la vida: ¡Y cuándo más la amo es cuándo la odio!"

Sobre "El Corazón de las tinieblas" de Joseph Conrad.

Conrad no puede renunciar a la inestimable fuerza del metarrelato, al uso de Velázquez, de las posibilidades que abre a la narración que deviene dentro de otra narración, como matrioska rusa. Una historia lanzada a marineros desocupados en el largo transcurso del tiempo ocioso en la lentanavegación hacía la soledad del alma. Una historia de una vida concreta, personal e íntima, que transciende sin embargo a todos los hombres, que nos incumbe a todos, y que probablemente, perezosos y tahures como aquellos no comprendiesen, acaso no se escondiende bajo sus macizos y agrietados rostros una fuerte sensibilidad e inteligencia. La historia de un niño que decidió marcar con su dedo índice la zona del mapa que se encontraba en blanco, dispuesto a derrochar toda su energía en conquistar y poseer a través de la aventura y el juego, lo que se traduciría en doloroso esfuerzo y sacrificio, ese territorio inhóspito y desconocido. Un acto de enseñoreamiento y posesión, una victoria sobre lo ajeno, como desnudar y poseer a la amada, también un camino para el autoconocimiento y la introspección para aquellos que pese a que son fatalmente guiados por la animalidad son capaces de abrir los ojos y comprender.

No elude tampoco el autor la fuerza expresiva y transfiguradora que semejante forma proporciona, el relato de un viejo marinero aventurero permite el desorden cronológico, el adelanto de emociones que las circustancias todavía no indican o el retraso de las descripciones que el auditorio ansía conocer tras vislumbrar el envoltorio que las viste. El expresionismo casi plástico, el retorcimiento, la desfiguración, el rostro hecho mueca, la piel convertida en bronce, la fugacidad etérea y abstracta del recuerdo que sistituye los cuerpos contorneados por vagas sombras tenebrosas de mundos lejanos e infernales. Todo ello acompasado por una Naturaleza poderosa que sustenta todo el relato, una jungla que debido a su frondosidad impide que la luz solar nos alcance con toda su fuerza y nos remite a una vida de oscuridad y neblina en la que el miedo viene cogido de la mano de cualquier acción del hombre, mísero y pequeño, atrapado en un laberinto de vegetación, conociendo sólo así su verdad.

Su verdad, la nunca atendida naturaleza interior, el tabú de nuestro mundo gregario y fácil, la oscuridad que nos domina, aquella energía que sólo en tierras primitivas, ante las perspectiva de la muerte y el dolor, renace con un grito desgarrador. El grito del ritual supersticioso, la danza esquemática y simétrica, la mirada del animal salvaje, que nos observa, no conceptualmente, sino como mera materia fugaz, materia asesina y brutal. La atrocidad del dominio del otro, del inferior por su vida primigenia, siguiendo sus propios criterios, la bestialidad. El civilizado queda pues al mismo nivel del primitivo(no descendiendo, sólo dándose la vuelta), el joven que encuentra su propio tótem en la vitalidad del individuo concreto, o en la misma idílica relación que el protagonista mantiene con un único y vacuo nombre, el supuesto motivo se sus pasos.

Y ya de vuelta, en el mundo organizado y pacífico, en el orden de la sociedad, conscientes de nuestra miseria interior, del motor monstruoso y abyecto que nos dirige, volvemos a girar el rostro, y a ponernos la venda. Idealizamos y mutamos lo que era sucio y salvaje en una mentira consoladora, pero todos sabemos que sus últimas palabras no fueron dedicadas a la mujer, objeto de su amor, no, las últimas palabras de esa figura de personalidad y carácter férreos, de vinculo brutal con el corazón de las tinieblas, fueron..."¡El horror, el horror!".




...Y esa es la superioridad, la altura del protagonista, que sabe que en su historia de desgracias, pavor y penurias, de conocimiento terrible del hombre, ha sufragado sus más intriores deseos:

"El dolor es también placer, la maldición es también bendición, la noche es también el sol. Alejaos: de lo contrario, aprenderéis que un sabio también es un loco." -Nietzsche-

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