jueves, 1 de octubre de 2009

Mirar artístico

Esta Ciudad (pensé) es tan horrible que
su mera existencia y perduración, aunque
en el centro de un desierto secreto,
contamina el pasado y el porvenir y de
algún modo compromete a los astros.
Mientras perdure, nadie en el mundo podrá
ser valeroso o feliz.



Jorge Luís Borges. El inmortal.



La vida es dolor, la vida es sufrimiento, y todo ser humano es Sísifo, arrastrando penosamente en vano una pesada roca para volver a hacerlo una y otra vez. Schopenhauer, que poca afinidad siente por los textos Bíblicos, recurre a la expulsión del Paraíso de Adán y Eva para apoyarse aún más si cabe en su teoría metafísica de la podredumbre humana. No podemos librarnos del querer, del egoísmo inherente a nuestra estructura que nos insta a desear y desear, y en consecuencia, no podemos desembarazarnos de la aflicción y el dolor que la insatisfacción conlleva.
"Pero cuando una circunstancia externa o nuestra armonía inferior nos eleva un momento por encima del torrente infinito del deseo, libertan nuestro espíritu de la opresión de la voluntad, apartan nuestra atención de todo lo que solicita y se nos aparecen las cosas desligadas de todos los prestigios de la esperanza, de todo interés propio, como objetos de contemplación desinteresada y no de concupiscencia. Entonces es cuando ese reposo vanamente buscado por todos los caminos abiertos al deseo, pero que siempre ha huido de nosotros, se presenta en cierto modo por sí mismo y nos da la sensación de la paz en toda su plenitud".

El mirar artístico, es una respuesta al dolor, una solución efímera pero efectiva frente al mirar común, interesado y deseoso, el mirar que implica sufrimiento. La contemplación estética del arte, o la contemplación estética de la naturaleza misma a modo de arte, nos evade de todo querer. Nos apasionan las tragedias o comedias, que con distintas perspectivas, muestran los quehaceres de la voluntad en seres que no somos nosotros, convirtiendo sus vidas en aventuras dramáticas o cómicas, aún pudiendo ser ciertas y no ficciones teatrales, como ciertos aparentan ser los reality shows o ciertas eran las batallas del anfiteatro romano. Pero el arte supremo, aquel que hace danzar a la propia voluntad y la acalla y silencia siendo mismo voluptuoso reflejo de esta en el mundo externo, es la música, estructurada de este modo no sólo por su extremada belleza, sino por su carácter abstracto, inmaterial. ¡La música es la misma voluntad!, y su audición permite saborear sin dolor alguno el desgarro que esta produciría en nuestro ser. Vienen a mi memoria tras leer los aforismos Schopenhauerianos las creencias pitagóricas derivadas del estudio de la armonía musical y la importancia del número en la estructura de la melodía, transportando tal importancia estructurante al universo entero, convirtiéndose el número en esencia misma de todo lo existente. Mi mente, dada a buscar conexiones y relaciones cuál detective, llega a la conclusión de que Schopenhauer no descubrió el dolor a través de una teoría metafísica kantiana en la que el noúmeno es transformado en voluntad, sino qué el dolor le descubrió esa posibilidad, mas no es un gran descubrimiento este, mejor denominarlo obviedad.
Retornando al mirar artístico, a la contemplación estética desinteresada, ya sea frente a una obra idealizada, frente al realismo más estricto y minucioso, frente a la naturaleza exaltada, armoniosa, frente a la mirada alegre de la joven, frente a su mirada frívola y despectiva, resulta clave la embriaguez de la que Nietzsche en cierto aforismo menciona, la misma embriaguez quizá que el polémico Baudelaire aconseja en una de sus poesías en prosa, esa deformación de la realidad, esa idealización. ¿No será acaso la liberación del querer, del interés, de la voluntad? Pero, ¿podría ser el filosofar un modo de vivir artístico? ¿podría ser la filosofía otra vía para liberarse, aunque sea momentáneamente, de la esclavitud del deseo? ¿El propio Schopenhauer se sentiría aliviado escribiendo sus melancólicas obras? Probablemente no, probablemente el filósofo sintiese mayor pesadumbre escribiendo una y otra vez sobre el dolor, mediando un interés de expresar, de alcanzar a un público, que a lo largo de su vida siempre fue minoritario. Pero quizá, la vida contemplativa, no en un sentido estético, sino reflexivo(no siendo ambos auto-excluyentes y pudiendo conjugarse, con excelentes resultados diría yo) podría resultar también una temporal escapatoria de la voluntad opresora.

Pitágoras, por retornar a caminos ya recorridos en este texto, si no nos engañan los fragmentos recogidos sobre aspectos de su vida, y no sería de extrañar siendo abundantes las fantasías en torno a su figura, fue el primero en denominarse filósofo, amante empedernido de la sabiduría. Se cuenta que estableció un curioso paralelismo entre la vida y una Olimpiada. A esta celebración deportiva acuden los atletas, deseosos de victorias y sus consecuentes honores, objetivo vital de muchos hombres. También acuden mercaderes, que mediante su trabajo pretenden enriquecerse, fin último de gran cantidad de seres humanos. Por último, también acude el público, que mira desinteresadamente(cayendo Pitágoras en el error de considerar el propio goce como algo desinteresado) las competiciones. De este modo, comparó al filósofo con este espectador, observador desinteresado que tan sólo busca comprender, cuyo fin es la verdad, "por fea y áspera que esta sea", diría mucho tiempo después el irreverente Nietzsche. De igual modo que la contemplación estética nos purgaba del deseo, la contemplación filosófica desinteresada nos alivia del dolor, pese a que quizá la misma ardua búsqueda de la verdad nos ha descubierto que ni siquiera en estas dos maneras de entender el mundo, aunque efímeras, nos libramos del egoísmo y del deseo, que ambas son sublimaciones de este, de la voluntad tiránica, y que el querer no querer es querer.

Pero un mundo gobernado por nuestro egoísmo no implica necesariamente sufrimiento si hemos encontrado ya dos vías, aunque momentáneas, para canalizarlas, y si son posibles quizá otras muchas. No se filosofa y después se siente, se siente y después se filosofa, por lo que leer a Schopenhauer no nos trasladará al dolor del mismo modo que leer a Nietzsche no nos hará amarlo, no de un modo completo si no tenemos la misma actitud volitiva que ellos y somos ajenos a una propia y característica individualidad emocional. Podemos y debemos aprender de ellos, pero debemos superarlos, o si se quiere una metáfora que no pretenda elevación, diferenciarnos. En el caso de que nuestra propia estructura fisiológica, nuestro inherente egoísmo, sea la inevitable causa del sufrimiento humano, y en el terrible caso de que este sea en consecuencia irreparable por mucho que cambiemos nuestras actitudes, siempre nos quedará el idealismo utópico, no como solución real, sino como fantasía que permitirá no odiarnos a nosotros mismos.

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